domingo, 22 de noviembre de 2009

De mitos e ídolos

Jean-Luc Nancy



Jorge Fontevecchia, en nota editorial del diario Perfil del domingo 26 e julio de 2009, intenta una interpretación de la actualidad argentina, más concretamente, de la disolución en que se debate el gobierno de los Kirchner. Para ello, abandonando el camino más modesto pero más seguro del análisis periodístico, se interna en una pretenciosa incursión por el pensamiento del “filósofo” francés contemporáneo Jean-Luc Nancy cuya obra La communauté désoeuvrée, publicada en París en 1983 y traducida al español en 2000 bajo el título La comunidad inoperante, le sirve de pretexto para desarrollar una curiosa aplicación de las teorías del francés a la política argentina.
La aventura es riesgosa por donde se la mire. Nancy no representa, precisamente, ni lo mejor ni lo más lúcido del pensamiento contemporáneo. En cuanto a la política argentina, hasta su misma existencia es problemática. En efecto, hace tiempo vengo madurando la convicción de que Argentina es un país que vive en estado infrapolítico pues la Polis ha sido sustituida por el bandolerismo más o menos organizado. Lo que torna extremadamente resbaladizo y complejo todo intento de comprensión. En consecuencia, el artículo de Fontevecchia se queda simplemente en eso: un fallido intento de comprensión de nuestra realidad envuelto en las nubes de un galimatías conceptual.
Nancy, y Fontevecchia con él, se equivoca. En vano se proclama la “interrupción” del mito. El mito es coesencial al hombre. Tolkien, que vio infinitamente más lejos que Nancy, dedicó un bello poema, Mitopoeia, “a aquel que dice que los mitos son mentiras, y por tanto sin valor” en el que, entre otras cosas, leemos: “Benditos los hacedores de leyendas con sus versos/ sobre cosas que no se encuentran en los registros del tiempo.”
El hombre es, pues, un ser mitopoético; lo hallaremos, siempre, creando mitos, destruyendo unos para poner a otros en su lugar.
El mito, por tanto, atraviesa la entera vida del hombre: la individual y la colectiva. Tiene que ver con la fe, el amor y la esperanza. Su poder unificador es inmenso. En torno a él se construye, en cierto modo, la comunidad. Y la comunicación no acaba con él ni lo interrumpe, como pretende Nancy, por la sencilla razón de que toda comunicación es comunicación de algo y ese algo siempre, directa o indirectamente, nos remite al mito.
Hay mitos verdaderos que velan la Verdad (o las verdades que de ella participan) y que, por eso, pueden ser, hasta cierto punto, iluminados, de-velados, por el intelecto. Ellos son iconos o imágenes de la verdad. Pero hay mitos falsos que ocultan la Mentira o las mentiras derivadas. Estos últimos se convierten en ídolos que se hacen adorar en lugar del Dios Verdadero. Y en esto se debate nuestra vida.
El problema de la Argentina es su oscilación entre los mitos que la unen a lo mejor de sí misma y la religan a su origen y las mentiras que se erigen en ídolos. Los mitos nos unen, las mentiras nos dividen y dispersan. El mito verdadero es perenne y engendra la unidad duradera. El ídolo también puede unir pero su unidad es siempre precaria y frágil.
Tal vez sea esta una clave mejor para entender nuestra historia y nuestro agitado presente. La Argentina ofrece, hoy, parodiando a Hegel, “el lamentable espectáculo” de un pueblo que ha dado la espalda a sus Mitos y se ha entregado a la borrachera de la más grotesca idolatría.
No quiero ofender a nadie haciendo nombres. De todos modos, en mayor o menor medida, el sayo de la idolatría nos cabe a casi todos. Sin embargo, he de decir que la Democracia es el último gran ídolo, el gran falso mito que nos hemos fabricado y que ha sustituido los antiguos Mitos Patrios. Lejos, pues, de las pretensiones de Nancy y de Fontevecchia, no hemos interrumpido el mito ni hemos llegado, de la mano del racionalismo “comunicacional”, a ningún grado elevado de desarrollo. Por el contrario, nos hemos hecho de un Mito Falaz que se alimenta de la sangre de los hijos y de la tinta negra de los escribas canallas.

Mario Caponnetto