miércoles, 20 de enero de 2010

Mario Bunge y las palomas de Flourens

Mario Caponnetto

Mario Bunge es uno de los últimos sobrevivientes del cientificismo decimonónico. Su reloj filosófico atrasa casi un siglo; y como no tiene ojos para ver la Verdad sin tiempo su condición es realmente penosa. No se da cuenta de que el racionalismo que profesa ha generado múltiples reacciones en la filosofía contemporánea, reacciones que, en su mayoría, han terminado llevándose por delante la misma razón, es cierto. Bunge se vuelve contra tales expresiones del irracionalismo -y hay que reconocer que casi siempre con justa causa-; pero en vez de enfrentarlas con la propuesta de una razón abierta a la plenitud de lo real se abroquela en su racionalismo perimido, exacerbado y malhumorado. Así anda a los tumbos, tirando piedras acá y acullá, con manotazos de ciego. Me hace acordar a las palomas descerebradas de Flourens. En efecto, el gran fisiólogo francés Pierre Flourens fue el que inició, en el siglo XIX, el método experimental para investigar el sistema nervioso. Solía para ello producir lesiones experimentales en el cerebro o en el cerebelo de palomas y observar el comportamiento de aquellos animalitos. Pues bien, las palomas -privadas de la indemnidad de su cerebelo- no sólo no podían ya volar: tampoco podían andar sobre la tierra pues, afectadas de ataxia cerebelosa, no acertaban a dar un paso en dirección correcta hasta que, finalmente morían, pobres y pequeños manojos de carne y plumas.
El pasado 17 de enero Mario Bunge escribe en el diario Perfil un artículo en el que una vez más hace gala de su ataxia filosófica. La nota, pomposamente rotulada como un “ensayo” -no sabemos si por el propio autor o por la redacción del diario-, lleva por título Los hijos de Heidegger, serviles del autoritarismo. En ella recuerda Bunge una nota anterior suya contra el existencialismo y, en especial, contra Heidegger al que califica de “delincuente cultural” porque, sostiene, “acuñó moneda intelectual falsa”. Pero, en realidad, esta vez los picotazos de paloma descerebrada van dirigidos contra “los primeros existencialistas criollos” (es decir, argentinos) a quienes acusa de ser serviles de todos los gobiernos “autoritarios” que ha padecido nuestro país. El razonamiento atáxico de Bunge es este: puesto que Heidegger es un pseudo filósofo y, por añadidura, nazi, sus epígonos argentinos son, por necesidad, tan falsos filósofos y tan nazis como su mentor alemán. Juicio inapelable que no admite réplica.
La nota está llena de exabruptos y de consideraciones que no me interesa comentar ahora. Tampoco me interesa ensayar una defensa de Heidegger ni del existencialismo: no habito filosóficamente en esas latitudes y doy por sentado que tanto el uno como el otro tienen quienes los defiendan mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Aunque, de todos modos, estimo que Heidegger y su obra merecen, cuanto menos, un poco de respeto. Sí me interesa, en cambio, y mucho, salir en defensa de la venerable memoria de mi maestro, Jordán Bruno Genta, contra quien Bunge intenta varios picotazos de paloma moribunda.
Vamos por parte: poner a Genta entre los “hijos” criollos de Heidegger es un grueso error de clasificación, de casillero; es casi como afirmar que Carlos Marx es un Padre de la Iglesia. Es notorio que respecto de Genta Bunge no tiene más fuentes de información que una serie de confusiones de fechas y de escenarios a las que suma algunas de las viejas calumnias y las antojadizas especies echadas a andar por los enemigos políticos de aquel desde los lejanos tiempos de su actuación universitaria en los años 40: así, lo hace nacer Giordano Bruno sin reparar que se trata de una grosera falsedad, tantas veces refutada con el Acta de Nacimiento en la mano; le inventa una supuesta amistad con Carlos Astrada, con quien habría introducido a Heidegger en la Argentina; sostiene que hizo su carrera universitaria “a la sombra de la dictadura fascista y ultracatólica que subió al poder con el golpe militar del 4 de junio de 1943” ignorando que esa carrera comenzó en Santa Fe en el año 1934 y que todas las cátedras fueron ganadas por concurso de oposición y antecedentes; afirma que fue cesanteado junto con Astrada en 1955 a la caída de Perón cuando es más que notorio, público y documentado que Genta, enfrentado a Perón desde los tempranos días del GOU, fue dejado cesante en 1945; finalmente sostiene que poco después (es decir de 1955 el año de la supuesta cesantía) fue asesinado “por el grupo guerrillero trotskista, que lo acusó de haber sido la musa de la Fuerza Aérea, la más fascista de las tres Fuerzas Armadas” sin haber reparado que Genta fue asesinado por un comando del “ERP 22 de agosto” en octubre de 1974. Diecinueve años después no es “poco tiempo después”. Aquí a la ataxia se ha sumado, evidentemente, la desorientación témporo-espacial.
Mención aparte merece el breve período en el que Genta fue Rector Interventor de la Universidad del Litoral, cargo sí al que accedió por expresa decisión del Gobierno Militar surgido del pronunciamiento del 4 de junio de 1943. A Genta se le encomendó una misión: restablecer la vida universitaria desquiciada tras años de Reforma y dominada por una anquilosada mentalidad positivista y laicista cerrada a toda apertura y renovación del pensamiento. Tal como lo señaló Genta en su discurso de asunción del Rectorado, el lema de aquella Universidad era este: “Hay que desaristotelizar la Universidad”. Era el lema de la barbarie impuesto en nombre de la razón y de la libertad. Genta emprendió la tarea con todo su entusiasmo juvenil, con la pasión y el ardor que caracterizaron su magisterio a lo largo de toda su vida. La reacción no se hizo esperar. Se puso en marcha una campaña sostenida de difamación y de ataque permanente que llegó, incluso, al extremo del amedrentamiento físico contra la familia del Rector; en efecto, un grupo de activistas reformistas exaltados rodeó, un día, a la hija del matrimonio Genta que paseaba por la calle, con evidente ánimo de agresión; felizmente la decidida acción de la niñera que cuidaba de la pequeña evitó mayores consecuencias. Así las gastaban los mentores de la libertad, la razón, la ciencia y la democracia universitaria. Fueron épocas agitadas y turbulentas. Alguna vez habrá que escribir sine ira et studio la historia de esos días.
Bunge termina su nota atribuyendo a Bergson una frase de Ortega y Gasset: “la claridad es la cortesía del filósofo”. Digamos que también lo es la verdad y la exactitud de los datos que se manejan. Tal vez hubiera sido un gesto de cortesía de parte del señor Bunge consultar alguno de los tantos manuales de historia de la Filosofía en la Argentina. Habría evitado, de este modo, confundir a los desprevenidos lectores con la historia de un Genta heideggeriano y peronista que sólo existe en su imaginación de filósofo ofuscado.