sábado, 9 de febrero de 2008

Oremus et pro Iudaeis

En estos días (principios de febrero), el Santo Padre Benedicto XVI ha dispuesto modificar la fórmula de una de las Preces de la liturgia del Viernes Santo en la forma extraordinaria del Rito Romano, conocido también como el Misal de San Pío V. El Papa Juan XXIII ya había introducido un cambio en dicha fórmula en 1962. En efecto, la expresión primitiva, “oremus et pro perfidis judaeis” quedó reducida a, simplemente, “oremus et pro judaeis” eliminando el adjetivo “perfidus” que, si bien en latín no expresa otra cosa que “el que no tiene fe” sin embargo en la evolución de las lenguas vernáculas fue adquiriendo un sentido francamente peyorativo. Pero la fórmula mantuvo intacta su intentio. Porque ¿qué es lo que se pedía al Señor? Pues, si nos atenemos a la letra de la fórmula antigua, los cristianos pedíamos que los judíos -que no están excluidos de la misericordia divina- quitado el velo de sus corazones, libres de su ceguera, superada su obcecación, abandonen las tinieblas y reconozcan la luz de la verdad que es Jesucristo. Durante siglos, la Iglesia oró en estos términos cada vez que celebraba el Viernes de la Muerte del Señor. Porque la conversión de los judíos es la plenitud de la redención del género humano. Gran misterio que León Bloy expresaba en estos términos dramáticos: los judíos han crucificado a Cristo y Cristo no bajará de la Cruz hasta que los judíos no reconozcan a Cristo.
Las expresiones, en apariencia duras, contenidas en la fórmula lejos estaban de responder a un espíritu de odio o de menosprecio hacia el pueblo judío. Antes bien, ellas se inspiraban en una profunda y ardiente caridad que pedía, suplicaba, al Crucificado, la conversión de los suyos, los de su carne y su sangre; se pedía, en definitiva, que la misericordia del Señor cayera, como lluvia, sobre ese tronco seco y sagrado, a la vez, de Israel. Pero los judíos no lo entendieron. Tampoco, al parecer, algunos cristianos.
Sin embargo, con el tiempo la Iglesia estimó que era necesario atenuar algunas expresiones manteniendo, empero, íntegra la intención de la plegaria. Si las sucesivas modificaciones introducidas en el Misal de la Reforma de 1970 (hoy forma ordinaria del Rito Romano) mantuvo o no esa intentio, es tema que no vamos a abordar ahora. Sólo deseamos ceñirnos, en el presente, a la nueva modificación de la fórmula en el Misal de San Pío V.
La fórmula ha quedado redactada así en su versión latina:

OREMUS et pro Iudaeis. Ut Deus et Dominus noster illuminet corda eorum, ut agnoscant Iesum Christum salvatorem omnium hominum.
Sac.: Oremus.
Diác.: Flectamus genua.
- Levate.
OMNIPOTENS sempiterne Deus, qui vis ut omnes homines salvi fiant et ad agnitionem veritatis veniant, concede propitius, ut plenitudine gentium in Ecclesiam Tuam intrante omnis Israel salvus fiat. Per Christum Dominum nostrum. Amen.

Nuestra traducción es como sigue:

Oremos, también, por los judíos. Para que nuestro Dios y Señor ilumine sus corazones a fin de que reconozcan a Jesucristo, Salvador de todos los hombres.
Sac.: Oremos
Diác.: Doblemos las rodillas
- Levantaos
Dios omnipotente y eterno que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, concede propicio, que entrando en tu Iglesia la plenitud de las naciones, todo Israel sea salvo. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Pues bien, si no detenemos a examinar el texto veremos que lo que se pide es: primero, que Dios ilumine los corazones de los judíos (es decir, se supone que un velo oscurece esos corazones); segundo, que reconozcan a Jesucristo como el Salvador de todos los hombres, es decir, que reconozcan que Cristo es el Mesías y el Redentor, esto es, sencillamente que se conviertan a Cristo; tercero, que Israel sea salvado junto con todas las naciones de la tierra cuando ellas en plenitud entren en la Iglesia de Cristo, lo cual deja bien en claro que sólo en la Iglesia está la salvación: extra Ecclesia nulla salus.
¿Qué otra cosa podemos pedir por los judíos? ¿Qué otra cosa pedíamos con la fórmula anterior? No se menciona, es cierto, la obcecación de Israel, ni las tinieblas, ni la ceguera, etc. Pero la substancia es la misma. La nueva fórmula es un ejemplo de lo que suele decirse suaviter in modo, fortiter en re. La prueba más evidente de lo que decimos es la iracunda reacción de ciertos círculos judíos. Lo que demuestra que, aunque no la mencionemos, la obcecación de los judíos sigue firme.
Una observación final. El Boletín de la Agencia AICA, en su edición del día 8 de febrero, trae una traducción de la nueva fórmula (no sabemos si es oficial) que nos merece algún reparo. Veamos.
Según los latinistas de AICA el texto central de la oración dice así (ponemos en negrita las partes que cuestionamos):

“Dios omnipotente y eterno, que quieres que todos los hombres se salven y alcancen el conocimiento de la verdad que procede de Ti, concede por tu bondad que la plenitud de los pueblos entre en tu Iglesia y todo Israel sea salvado. Por Cristo nuestro Señor, Amén”.
Pues bien, es cierto que la verdad procede de Dios pero el texto original no dice eso; es un agregado de los traductores. Innecesario. Pero lo más cuestionable es lo que sigue: se pide, en efecto, que todos los pueblos en plenitud entren en la Iglesia y que todo Israel sea salvado. Dicho así, el ingreso de los pueblos en la Iglesia y la salvación de los judíos pueden entenderse como dos cosas independientes pues están unidas por un coordinante, y. Pero el texto latino es más explícito pues utiliza un ablativo absoluto (plenitudine gentium …intrante) que indica que uno de los términos, la salvación de los judíos, ocurre al tiempo que se da el otro y como una cierta consecuencia de él, que todos los pueblos entren en la Iglesia. Lo cual no es de poca importancia. Lo que se dice es que al entrar en la Iglesia todas las naciones también entrará Israel y, por tanto, será salvo.
¿Quisicosas latinas? Creo que es algo más: teología.