miércoles, 5 de mayo de 2010

Discurso del Papa sobre la Santa Misa Benedicto XVI no señala “abusos” sino males graves y profundos


Mario Caponnetto

1. El Santo Padre Benedicto XVI dirigió, el pasado 15 de abril, un Discurso a los Obispos de Brasil (Región Norte 2), en ocasión de la visita ad limina, en el que se contiene una clara advertencia respecto de ciertas graves distorsiones que afectan, nada menos, que el sentido y la naturaleza de la Santa Misa. A modo de Apéndice de este comentario el lector podrá hallar el texto completo de dicho Discurso.
El Discurso no tuvo, a nuestro juicio, toda la difusión que la capital importancia del tema requiere. Algunos medios católicos publicaron una versión resumida, por ejemplo, la Agencia Informativa Católica Argentina (cf. Boletín de AICA, 30 de abril de 2010) que, además, demoró quince días en dar la noticia. Un tiempo excesivamente largo si se tiene en cuenta la creciente aceleración de la velocidad informativa que vivimos. Pero, además de la demora, lo que llama la atención en el resumen de AICA (y lo mismo en el de otras agencias) es el título que encabeza la noticia: El Papa señala abusos en la celebración de la santa Misa.
2. Y aquí nos vemos obligados a una primera y fundamental aclaración: el Santo Padre en ningún momento de su Discurso hace referencias a “abusos”, ni siquiera menciona dicha palabra una sola vez. Es que no se trata de abusos. Abusar significa “usar mal, excesiva, injusta, impropia o indebidamente de algo o de alguien”, según el Diccionario de la RAE. Pero el Papa se refiere a otra cosa, mucho más grave: en efecto, en el comienzo de su Discurso, el Santo Padre hace explícita referencia a una situación eclesial -muy extendida, agregamos-que consiste en prestar “una menor atención” al culto del Santísimo Sacramento. Esta menor atención es, a su vez, “indicio y causa del oscurecimiento del sentido cristiano del misterio, como sucede cuando en la Santa Misa ya no aparece como preeminente y operante Jesús, sino una comunidad atareada con muchas cosas en vez de estar en recogimiento y de dejarse atraer a lo Único necesario: su Señor”.
Es evidente que lo que preocupa al Papa es mucho más que un “abuso”. Lo preocupan, por el contrario, una negligencia, rayana en el desprecio, hacia la Sagrada Eucaristía y una progresiva sustitución de la presencia operante de Jesucristo por un creciente e indebido protagonismo de una comunidad dominada por el desasosiego y el activismo esencialmente contrarios a la adoración y a la alabanza.
Conviene recordar que estos dos elementos apuntados por el Santo Padre, negligencia y activismo que enajena la actitud contemplativa y adorante, configuran un grave vicio moral muy bien conocido por los Doctores y los Santos: nos referimos a la acedia. Santo Tomás la define como “una cierta tristeza que procede de un rechazo del afecto humano por el bien espiritual divino; tal rechazo, en efecto, es manifiestamente contrario a la caridad que se adhiere al bien espiritual y se deleita en él” (De malo, XI, a 3, corpus). Esta tristeza, que consiste en un auténtico pesar por la presencia de lo divino (el acédico no soporta a Dios, en definitiva) se oculta, muy a menudo, bajo la apariencia de un activismo febril, suerte de agitación y de desasosiego espiritual. Por tanto, desde el comienzo mismo de su Discurso, el Santo Padre no apunta a un abuso sino a un vicio moral capital.
3. Continúa el Papa señalando la enorme distancia que separa a quienes “en nombre de la inculturación, caen en el sincretismo introduciendo ritos tomados de otras religiones o particularismos culturales en la celebración de la Santa Misa” del verdadero culto y de la auténtica liturgia. Y añade: “El misterio eucarístico es un «don demasiado grande -escribía mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II- para soportar ambigüedades y reducciones», particularmente cuando, «despojado de su valor sacrificial, es vivido como si en nada sobrepasase el sentido y el valor de un encuentro fraterno alrededor de la mesa» (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 10)”.
Tampoco aparecen aquí referencias a “abusos”; antes bien, lo que se señala con claridad inequívoca, es la desnaturalización de la Sagrada Eucaristía que, despojada de su esencia de sacrificio, queda reducida a un mero encuentro fraterno, a una “comida de la amistad”, a una “fiesta”, como con harta frecuencia se insiste en afirmar desde las “rúbricas” y los “cantitos” festivos que acompañan las celebraciones litúrgicas. No, no se trata de “abusos”. Es algo mucho más grave: es el cambio de la lex orandi que arrastra tras de sí el cambio de la lex credendi, esto es, la adulteración de la Fe.
4. Pero donde las palabras de Benedicto XVI calan profundo es cuando ponen al descubierto aquello que está en la base de esta gravísima adulteración de la Fe y de la Liturgia. El Papa lo define como “una mentalidad incapaz de aceptar la posibilidad de una real intervención divina en este mundo en socorro del hombre […] La confesión de una intervención redentora de Dios para cambiar esta situación de alienación y de pecado es vista, por cuantos participan de la visión deísta, como integrista, y el mismo juicio se formula a propósito de un signo sacramental que hace presente el sacrificio redentor. Más aceptable, a sus ojos, sería la celebración de un signo que corresponda a un vago sentimiento de comunidad”.
Pero, ¿no está, acaso, el Santo Padre, nombrando aquí, con todas sus letras, al inmanentismo radical que subyace en la base de la civilización contemporánea? ¿Qué otra cosa es esa mentalidad incapaz de aceptar la intervención de Dios en socorro del hombre que la más radical expresión del principio de inmanencia y del secularismo que invaden y asfixian al mundo de nuestro tiempo? ¿Qué otra cosa es ella que el programa del hombre autosuficiente, separado de Cristo y de su Iglesia? Mysterium iniquitatis!
Es fácil advertir en este último punto, más que en cualquiera de los otros arriba mencionados, que el término “abuso” no sólo es absolutamente inadecuado para referirse, en el caso que comentamos, al pensamiento del Papa sino que es un eufemismo -si inocente o no, sólo Dios lo sabe- con el que se pretende cubrir o disimular la gravedad y la profundidad del mal que hoy aqueja a la Iglesia.
Pero cubrir o disimular el mal es hacerse cómplice de él. Al quien le caiga el sayo…

Apéndice

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los obispos de la Conferencia Episcopal del Brasil (Región Norte 2) en visita “ad limina Apostolorum”

Jueves 15 de abril de 2010

Amados hermanos en el Episcopado,
Vuestra visita ad Limina tiene lugar en el clima de alabanza y júbilo pascual que envuelve a toda la Iglesia, adornada con los fulgores de la luz de Cristo Resucitado. En Él, la humanidad atravesó la muerte y completó la última etapa de su crecimiento penetrando en los Cielos (cf. Ef 2, 6). Ahora Jesús puede libremente volver sobre sus pasos y encontrarse como, cuando y donde quiera con sus hermanos. En su nombre, me complace acogeros, queridos pastores de la Iglesia de Dios peregrina en la Región Norte 2 de Brasil, con el saludo hecho por el Señor cuando se presentó vivo a los Apóstoles y compañeros: “La paz esté con vosotros” (Lc 24,36).
Vuestra presencia aquí tiene un sabor familiar, pues parece reproducir el final de la historia de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 33-35): habéis venido a contar lo que ha pasado a lo largo del camino hecho con Jesús por vuestras diócesis diseminadas en la inmensidad de la región amazónica, con sus parroquias y otras realidades que las componen, como los movimientos y nuevas comunidades y las comunidades eclesiales de base en comunión con su obispo (cf. Documento de Aparecida, 179). Nada podría alegrarme más que saberos en Cristo y con Cristo, como testimonian los informes diocesanos que me habéis enviado y que os agradezco. Estoy agradecido de modo particular a monseñor Jesús Maria Cizaurre por las palabras que acaba de dirigirme en nombre vuestro y del pueblo de Dios confiado a vosotros, confirmando su fidelidad y adhesión a Pedro. A vuestro regreso, aseguradle mi gratitud por estos sentimientos y mi Bendición, añadiendo: “Realmente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34).
En aquella aparición, las palabras – si las hubo – se diluirían en la sorpresa de ver al Maestro vuelto a la vida, cuya presencia dice todo: Estaba muerto, mas ahora vivo y vosotros viviréis por Mi (cf. Ap 1,18). Y, por estar vivo y resucitado, Cristo puede convertirse en “pan vivo” (Jn 6, 51) para la humanidad. Por eso siento que el centro y la fuente permanente del ministerio petrino están en la Eucaristía, corazón de la vida cristiana, fuente y culmen de la misión evangelizadora de la Iglesia. Podéis así comprender la preocupación del Sucesor de Pedro por todo lo que pueda oscurecer el punto más original de la fe católica: hoy Jesucristo continúa vivo y realmente presente en la hostia y en el cáliz consagrados.
La menor atención que en ocasiones se presta al culto del Santísimo Sacramento es indicio y causa del oscurecimiento del sentido cristiano del misterio, como sucede cuando en la Santa Misa ya no aparece como preeminente y operante Jesús, sino una comunidad atareada con muchas cosas en vez de estar en recogimiento y de dejarse atraer a lo Único necesario: su Señor. Al contrario, la actitud primaria y esencial del fiel cristiano que participa en la celebración litúrgica no es hacer, sino escuchar, abrirse, recibir… Es obvio que, en este caso, recibir no significa permanecer pasivos o desinteresarse de lo que allí acontece, sino cooperar – porque nos volvemos capaces de actuar por la gracia de Dios – según “la auténtica naturaleza de la verdadera Iglesia. Esta, en efecto, tiene la característica de ser, al mismo tiempo, humana y divina, visible y dotada de realidades invisibles, ferviente en la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y sin embargo peregrina, pero todo esto de tal forma que lo que en ella es humano se ordene y subordine a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, la realidad presente a la ciudad futura hacia la que nos encaminamos” (Const. Sacrosanctum Concilium, 2). Si en la liturgia no emergiese la figura de Cristo, que está en su principio y que está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, completamente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora.
¡Qué distantes están de todo esto los que, en nombre de la inculturación, caen en el sincretismo introduciendo ritos tomados de otras religiones o particularismos culturales en la celebración de la Santa Misa (cf. Redemptionis Sacramentum, 79)! El misterio eucarístico es un “don demasiado grande – escribía mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II – para soportar ambigüedades y reducciones”, particularmente cuando, “despojado de su valor sacrificial, es vivido como si en nada sobrepasase el sentido y el valor de un encuentro fraterno alrededor de la mesa” (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 10). Subyacente a las varias motivaciones aducidas, está una mentalidad incapaz de aceptar la posibilidad de una real intervención divina en este mundo en socorro del hombre. Este, sin embargo, “se descubre incapaz de rechazar por sí mismo los asaltos del mal, de modo que cada uno se siente como encadenado” (Const. Gaudium et spes, 13). La confesión de una intervención redentora de Dios para cambiar esta situación de alienación y de pecado es vista, por cuantos participan de la visión deísta, como integrista, y el mismo juicio se formula a propósito de un signo sacramental que hace presente el sacrificio redentor. Más aceptable, a sus ojos, sería la celebración de un signo que corresponda a un vago sentimiento de comunidad.
Pero el culto no puede nacer de nuestra fantasía; sería un grito en la oscuridad o una simple autoafirmación. La verdadera liturgia supone que Dios responda y nos muestre cómo podemos adorarlo. “La Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía, precisamente porque el propio Cristo se dio primero a ella en el sacrificio de la Cruz” (Exort. ap. Sacramentum caritatis, 14). La Iglesia vive de esta presencia y tiene como razón de ser ampliar esta presencia en el mundo entero.
“¡Quédate con nosotros, Señor!” (cf. Lc 24, 29): así están rezando los hijos e hijas de Brasil camino hacia el XVI Congreso Eucarístico Nacional, que se celebrará de aquí a un mes en Brasilia y que de este modo verá el jubileo áureo de su fundación enriquecido con el "oro" de la eternidad presente en el tiempo: Jesús Eucaristía. Que Él sea verdaderamente el corazón de Brasil, de donde venga la fuerza para que todos los hombres y mujeres brasileños se reconozcan y ayuden como hermanos, como miembros del Cristo total. Quien quiera vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir. ¡Que se acerque, que crea, que entre a formar parte del Cuerpo de Cristo y será vivificado! Hoy y aquí, todo esto deseo a la esperanzada parcela de este Cuerpo que es la Región Norte 2, al conceder a cada uno de vosotros, extensiva a vuestros colaboradores y a todos los fieles cristianos, la Bendición Apostólica.

[Traducción del original portugués por Inma Álvarez]

miércoles, 20 de enero de 2010

Mario Bunge y las palomas de Flourens

Mario Caponnetto

Mario Bunge es uno de los últimos sobrevivientes del cientificismo decimonónico. Su reloj filosófico atrasa casi un siglo; y como no tiene ojos para ver la Verdad sin tiempo su condición es realmente penosa. No se da cuenta de que el racionalismo que profesa ha generado múltiples reacciones en la filosofía contemporánea, reacciones que, en su mayoría, han terminado llevándose por delante la misma razón, es cierto. Bunge se vuelve contra tales expresiones del irracionalismo -y hay que reconocer que casi siempre con justa causa-; pero en vez de enfrentarlas con la propuesta de una razón abierta a la plenitud de lo real se abroquela en su racionalismo perimido, exacerbado y malhumorado. Así anda a los tumbos, tirando piedras acá y acullá, con manotazos de ciego. Me hace acordar a las palomas descerebradas de Flourens. En efecto, el gran fisiólogo francés Pierre Flourens fue el que inició, en el siglo XIX, el método experimental para investigar el sistema nervioso. Solía para ello producir lesiones experimentales en el cerebro o en el cerebelo de palomas y observar el comportamiento de aquellos animalitos. Pues bien, las palomas -privadas de la indemnidad de su cerebelo- no sólo no podían ya volar: tampoco podían andar sobre la tierra pues, afectadas de ataxia cerebelosa, no acertaban a dar un paso en dirección correcta hasta que, finalmente morían, pobres y pequeños manojos de carne y plumas.
El pasado 17 de enero Mario Bunge escribe en el diario Perfil un artículo en el que una vez más hace gala de su ataxia filosófica. La nota, pomposamente rotulada como un “ensayo” -no sabemos si por el propio autor o por la redacción del diario-, lleva por título Los hijos de Heidegger, serviles del autoritarismo. En ella recuerda Bunge una nota anterior suya contra el existencialismo y, en especial, contra Heidegger al que califica de “delincuente cultural” porque, sostiene, “acuñó moneda intelectual falsa”. Pero, en realidad, esta vez los picotazos de paloma descerebrada van dirigidos contra “los primeros existencialistas criollos” (es decir, argentinos) a quienes acusa de ser serviles de todos los gobiernos “autoritarios” que ha padecido nuestro país. El razonamiento atáxico de Bunge es este: puesto que Heidegger es un pseudo filósofo y, por añadidura, nazi, sus epígonos argentinos son, por necesidad, tan falsos filósofos y tan nazis como su mentor alemán. Juicio inapelable que no admite réplica.
La nota está llena de exabruptos y de consideraciones que no me interesa comentar ahora. Tampoco me interesa ensayar una defensa de Heidegger ni del existencialismo: no habito filosóficamente en esas latitudes y doy por sentado que tanto el uno como el otro tienen quienes los defiendan mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Aunque, de todos modos, estimo que Heidegger y su obra merecen, cuanto menos, un poco de respeto. Sí me interesa, en cambio, y mucho, salir en defensa de la venerable memoria de mi maestro, Jordán Bruno Genta, contra quien Bunge intenta varios picotazos de paloma moribunda.
Vamos por parte: poner a Genta entre los “hijos” criollos de Heidegger es un grueso error de clasificación, de casillero; es casi como afirmar que Carlos Marx es un Padre de la Iglesia. Es notorio que respecto de Genta Bunge no tiene más fuentes de información que una serie de confusiones de fechas y de escenarios a las que suma algunas de las viejas calumnias y las antojadizas especies echadas a andar por los enemigos políticos de aquel desde los lejanos tiempos de su actuación universitaria en los años 40: así, lo hace nacer Giordano Bruno sin reparar que se trata de una grosera falsedad, tantas veces refutada con el Acta de Nacimiento en la mano; le inventa una supuesta amistad con Carlos Astrada, con quien habría introducido a Heidegger en la Argentina; sostiene que hizo su carrera universitaria “a la sombra de la dictadura fascista y ultracatólica que subió al poder con el golpe militar del 4 de junio de 1943” ignorando que esa carrera comenzó en Santa Fe en el año 1934 y que todas las cátedras fueron ganadas por concurso de oposición y antecedentes; afirma que fue cesanteado junto con Astrada en 1955 a la caída de Perón cuando es más que notorio, público y documentado que Genta, enfrentado a Perón desde los tempranos días del GOU, fue dejado cesante en 1945; finalmente sostiene que poco después (es decir de 1955 el año de la supuesta cesantía) fue asesinado “por el grupo guerrillero trotskista, que lo acusó de haber sido la musa de la Fuerza Aérea, la más fascista de las tres Fuerzas Armadas” sin haber reparado que Genta fue asesinado por un comando del “ERP 22 de agosto” en octubre de 1974. Diecinueve años después no es “poco tiempo después”. Aquí a la ataxia se ha sumado, evidentemente, la desorientación témporo-espacial.
Mención aparte merece el breve período en el que Genta fue Rector Interventor de la Universidad del Litoral, cargo sí al que accedió por expresa decisión del Gobierno Militar surgido del pronunciamiento del 4 de junio de 1943. A Genta se le encomendó una misión: restablecer la vida universitaria desquiciada tras años de Reforma y dominada por una anquilosada mentalidad positivista y laicista cerrada a toda apertura y renovación del pensamiento. Tal como lo señaló Genta en su discurso de asunción del Rectorado, el lema de aquella Universidad era este: “Hay que desaristotelizar la Universidad”. Era el lema de la barbarie impuesto en nombre de la razón y de la libertad. Genta emprendió la tarea con todo su entusiasmo juvenil, con la pasión y el ardor que caracterizaron su magisterio a lo largo de toda su vida. La reacción no se hizo esperar. Se puso en marcha una campaña sostenida de difamación y de ataque permanente que llegó, incluso, al extremo del amedrentamiento físico contra la familia del Rector; en efecto, un grupo de activistas reformistas exaltados rodeó, un día, a la hija del matrimonio Genta que paseaba por la calle, con evidente ánimo de agresión; felizmente la decidida acción de la niñera que cuidaba de la pequeña evitó mayores consecuencias. Así las gastaban los mentores de la libertad, la razón, la ciencia y la democracia universitaria. Fueron épocas agitadas y turbulentas. Alguna vez habrá que escribir sine ira et studio la historia de esos días.
Bunge termina su nota atribuyendo a Bergson una frase de Ortega y Gasset: “la claridad es la cortesía del filósofo”. Digamos que también lo es la verdad y la exactitud de los datos que se manejan. Tal vez hubiera sido un gesto de cortesía de parte del señor Bunge consultar alguno de los tantos manuales de historia de la Filosofía en la Argentina. Habría evitado, de este modo, confundir a los desprevenidos lectores con la historia de un Genta heideggeriano y peronista que sólo existe en su imaginación de filósofo ofuscado.