lunes, 28 de septiembre de 2009

La batalla litúrgica


A propósito de un libro de Nicola Bux


Mario Caponnetto

A pocos meses de la publicación de su original italiano ya está entre nosotros la versión española del libro del Padre Nicola Bux, La riforma di Benedetto XVI, con Prólogo del Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos . El autor es un sacerdote de la Diócesis de Bari, estudiante y profesor de Liturgia en Jerusalén y Roma, Docente de Liturgia Oriental y de Teología de los Sacramentos en la Facultad Teológica Pugliese, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, consejero de la revista teológica internacional Communio, perito en el Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía y Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. Un verdadero experto en el tema que trata, sin duda.
Sin embargo, el autor no nos ofrece tan sólo un texto erudito para especialistas sino, además, y principalmente, un libro al alcance de cualquier católico -obispo, sacerdote, religioso, laico- que se interese de verdad en temas de liturgia y que intente no permanecer ajeno a la crisis en que se debate la liturgia en la Iglesia de nuestro tiempo.
El primer aspecto, pues, que se ha de resaltar es que el libro no rehúsa, en absoluto, afrontar esa crisis. No la niega, ni la minimiza ni, tampoco, la exagera. Por eso su estilo está desprovisto por completo de cualquier tono de catástrofe o de cualquier vano disimulo. Afronta el problema con decisión y lucidez. Y, como no puede ser de otra manera, se sitúa en la perspectiva sobrenatural de la Fe y del misterio.
Los dos primeros capítulos, de los siete que componen la obra, son un breve pero denso recordatorio de teología litúrgica. Así, se señala que la sagrada y divina liturgia es el lugar donde Dios va al encuentro del hombre, es el descenso del cielo a la tierra, la mística y misteriosa unión del cielo y la tierra en la que, al decir de Dioniso, los coros angélicos y los hombres unen sus voces en una alabanza sin pausa a Dios. La liturgia tiene que ver, pues, con lo sagrado, tiempo y espacio sagrado, tiempo y espacio que, por eso mismo, se sustraen de lo cotidiano, que se separan -la liturgia dice esencial separación respecto de la vida ordinaria- del peso y del trajín de los trabajos y los días. Ella es, en definitiva, la “osadía de lo sagrado”.
Muy bien recuerda el Padre Bux el verdadero sentido de la liturgia, hecha de símbolos que evocan y remiten al misterio. La liturgia es mistagógica, vive de la tradición viviente y es regla de la Fe.
Pero en la liturgia católica hay algo más radical todavía: ella mira al Señor Traspasado, al Cordero, al Cristo Crucificado, el Cordero de Dios, el Agnus Dei, el Oriente hacia Quien todo converge en la unidad y simplicidad de una sola mirada. Liturgia es Eucaristía. Es Sacrificio. No es mera cena de hombres. Es la Cena Agni a la que somos convocados -en cada Misa, en cualquier lugar de la tierra, en cualquier tiempo, en cualquier rito- y en la que Cristo es Altar, Celebrante y Víctima.

Desplegado, pues, ante los ojos del lector, a modo de grandioso fresco, el sentido de la liturgia, el autor pasa a abordar otros asuntos que tienen que ver directamente con las inquietudes del tiempo. El capítulo tercero lleva por título “La batalla en torno a la reforma litúrgica”, título que puede sorprender y que, sin embargo, no hace más que designar con justeza un estado de cosas insoslayables. En este capítulo, el autor se detiene en un pormenorizado examen de las diversas vicisitudes que jalonaron y jalonan la aplicación de las reformas litúrgicas queridas por el Concilio Vaticano II. Todos sabemos que la implementación de esta reforma no ha sido, ni de lejos, un proceso pacífico, tranquilo, armónico. Todo lo contrario. Las tensiones vividas a raíz de la puesta en marcha de aquella reforma produjeron actitudes y situaciones que llevaron, nada menos, que a la excomunión de varios obispos y a una situación de auténtica marginalidad eclesial a varios cientos de miles de fieles católicos en el mundo entero. Un dato nada menor, por cierto.
Pero, más allá de estas dolorosas convulsiones -siempre presentes, en mayor o menor medida, en la historia de la Iglesia, por otra parte- lo importante es preguntarse si tras cuarenta años de reforma ésta, finalmente, ha sido hecha o no ha sido hecha. La respuesta del Padre Bux es, en buena medida, negativa. En efecto, el espíritu de ruptura y de ruinosa innovación que prevaleció, de hecho, en la aplicación de los cambios queridos por el Concilio, impidieron llevar a su plenitud los frutos previstos y deseados por el mismo Concilio. El autor cita, al respecto, palabras del propio Benedicto XVI en la Carta que acompaña al Motu Proprio Summorum Pontificum en el sentido de que “en la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso pero nunca ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado también para nosotros permanece sagrado y grande, y no puede ser improvisadamente prohibido del todo o incluso juzgado dañino” (página 66). Palabras que pone en consonancia perfecta con estas otras de Pío XII en la Introducción de la Encíclica Mediator Dei: “Si por una parte constatamos con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la liturgia son a veces escasos o casi nulos, por otra parte notamos con mucha aprensión que algunos están demasiados ávidos de novedades y se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia, ya que a la intención y el deseo de una renovación litúrgica interponen frecuentemente principios que, en la teoría o en la práctica, comprometen esta santísima causa, y frecuentemente la contaminan de errores que tocan a la fe católica y a la doctrina ascética” (ibídem). Y más adelante abunda: “Si bien no se puede decir que la reforma litúrgica no haya despegado, ciertamente ha volado bajo, por caminos llenos de obstáculos y no siempre en línea con el movimiento litúrgico del siglo XX y sobre todo de la restauración llevada a cabo por Pío XII para acabar haciendo aterrizajes forzosos” (página 81).
Por cierto que este espíritu de ruptura y de novedad contrario al Magisterio y a la Tradición se acusa no sólo en el plano litúrgico sino que abarca la entera interpretación y aplicación del Vaticano II. En más de una ocasión, el Santo Padre ha denunciado esta “hermenéutica de la ruptura” como un grave y funesto error de consecuencias enormes. Pero no hay dudas de que el plano litúrgico ha sido particular y gravemente alcanzado por este espíritu negativo. Por eso, la reforma litúrgica está pendiente y, en una muy adecuada interpretación del pensamiento del Padre Bux, Monseñor Cañizares, afirma en su prólogo de la edición española: “Es indudable que una profundización y una renovación de la liturgia ran necesarias. Pero, con frecuencia, ésta no ha sido una operación perfectamente lograda. La primera parte de la constitución Sacrosantum Concilium no ha entrado en el corazón del pueblo cristiano” (páginas 11, 12). Y esta situación harto desgraciada tiene responsables: son los sacerdotes y los obispos que han descuidado el grave deber de vigilancia permitiendo, y aún promoviendo activamente, la extensión del mal.

Pero ante esta batalla, el Santo Padre Benedicto XVI ha propuesto una tregua. “Ahora, escribe Bux, el Usus antiquior de la Misa ha vuelto a modo de espejo junto al nuevo. Si algunas nuevas formas rituales han parecido ceder al espíritu del mundo, una sosegada profundización y una revisión o restitución de las antiguas podrá alejar todo temor” (página 81). Este, y no otro, es el espíritu que anima al Motu Proprio Summorum Pontificum a cuyo análisis dedica el autor el cuarto capítulo del libro que lleva por título “La tregua del Papa”.
Por desgracia, son muy pocos los que entienden las cosas de este modo. El documento ha suscitado una ola de rechazo o de activa indiferencia que por momentos sobrecoge y perturba el ánimo. Se ha querido ver en este acto de potestad del Papa -ejercicio pleno de su munus regendi- cosas en absoluto ajenas al verdadero sentido de lo único y solo que está en juego: la restauración de la Sagrada Liturgia en un panorama de auténtico descalabro y tensión. Se habla de “retrocesos”, se exhiben temores que no responden a criterios eclesiales sino a meros criterios mundanos cuando no ideológicos, se abusa de la autoridad para impedir la plena aplicación de las disposiciones del Motu Proprio. Hay quienes parecen haber entendido que no se trata de una tregua sino de una declaración de guerra y se empeñan en hacerla con celo digno de mejor causa.
Mas pese a tantas dificultades, el autor insiste, en los tres capítulos finales, en la serena explicación de lo que el Papa actual se propone en su lenta pero firme obra de reconstrucción de la liturgia. Se trata de asegurar la continuidad, de dar los pasos adecuados por el camino seguro de la tradición y de la innovación a fin de que un nuevo movimiento litúrgico, centrado en el Misterio de la Cruz, en el Cordero Inmolado, alumbre en la vida de la Iglesia. A eso nos encaminamos.
La lectura de este libro a la par que nos ha ilustrado ha renovado nuestras esperanzas. Confiamos en que, finalmente, llegará la paz. En tanto, seamos capaces, con el auxilio de Dios y de María –la Mujer Eucarística como la ha llamado Benedicto XVI- de mantenernos fieles en la tribulación, aferrados a la Roca de Pedro y fortalecidos, como muy bien señala el Padre Bux, cum patientia amoris, con la paciencia del amor.